El manjar predilecto de los espíritus selectos

Nada mal, para una persona entre cuyos sueños de toda la vida se encuentra el humilde deseo de viajar y conocer el mundo, suena el hecho de hablar español como lengua materna. El español, por encima de todos sus diferentes sabores, es la segunda lengua más hablada en el mundo de forma nativa, y la tercera (o cuarta) en cuanto a número de hablantes totales, sólo por detrás de el Chino y el Inglés. Latinoamérica (contando a Brasil) comprende cerca del 14% de la superficie terrestre no cubierta por océanos o mares. Sin Brasil calculo un 10%, siendo amable con la tierra de las garotas.

El español es uno de los idiomas oficiales de la Unión Europea; España es uno de los países más turísticos y económicamente competentes a nivel mundial. El lenguaje de Cervantes es también ampliamente hablado en Estados Unidos, donde residen más de 45 millones de hispanos. No creo equivocarme al escribir que las ciudades más importantes del mundo, esas que solemos llamar metrópolis, que empujan y halan la economía mundial y están a la vanguardia en tecnología y moda, tienen comunidades hispanas de respetable tamaño. Londres o Nueva York entran en la lista. Sí, hablar español no debe ser una mala idea. Por lo menos eso quiero creer.

Considero que mi dominio del español está por encima de la media. No quiero parecer pedante con esta afirmación: no lo considero perfecto, ni siquiera se acerca a muy bueno. Simplemente un poco por encima de la media (que no es gran cosa, después de todo). Pero, ¿por qué conformarme sólo con español? Tarde me he venido a dar cuenta de la exquisitez que supone aprender varios idiomas. Perezosamente salgo de mi lerdez y reconozco hacia mí mismo que me gusta ser capaz de comunicarme con personas habitantes en otros lugares diferentes a ese exiguo 10%… y minorías en un puñado de ciudades.

El siguiente paso lógico es el inglés. De los artículos desparramados por los numerosos servidores que componen la Wikipedia, esa especie de utopía de estudiantes de bachillerato, cerca del 22% están escritos en la lengua de Shakespeare. Unas tres veces los escritos en alemán, y cerca de cinco si hablamos del español. Las razones no lógicas (poderío económico e intelectual, población neta, entre otras) que le doy a tan abrupta diferencia son tema de otra entrada (que se está cocinando en borradores desde hace más de lo que me gustaría admitir y, lamentablemente, es probable que nunca vea la luz), pero los hechos son los hechos: en inglés hay más información que en español, mucha más.

El inglés, además, es el idioma de los negocios hoy por hoy. Estados Unidos de América, gústele a quien le guste, sigue siendo la potencia económica número uno en el globo (aunque según la mayoría de los letrados en economía global, no por mucho tiempo) y, gracias a su persistente liderazgo a lo largo del anterior siglo y de lo corrido de este, el inglés se alza como la lengua preferida a la hora de  aprender un segundo idioma por parte de la inmensa mayoría de los habitantes de este planeta. En ese sentido, no me importa ser simplemente uno más del montón. Coincido con la visión del físico Michio Kaku cuando dice que (en inglés), muy probablemente, en el futuro las personas hablarán su idioma nativo para, como segundo idioma, hablar un lenguaje que les permita comunicarse con el resto del mundo. Y el inglés está llamado a ocupar ese hueco.

Ya he tenido una muestra de lo que se siente al poder hablar sobre prácticamente cualquier cosa con gente de lugares totalmente diferentes. De repente me he visto envuelto en acaloradas conversaciones, acerca de la energía de los perros, en un pub inglés en compañía de un japonés, una turca y una china. Me gustaría saber si me sonrojé al, después de un par de cervezas, descubrir que seguramente del grupo yo era el que la tenía más fácil con el inglés. En todo caso me temo que esa información nunca llegará a mis manos. El punto es que aprender inglés es, básicamente, globalizarse. Y actualmente hacerlo es más fácil que nunca.

Después del inglés mi objetivo principal cambiará: trataré de hacerme entender en el idioma Goethe. Sí, falta que corran ingentes cantidades de agua por debajo del puente hasta que eso pase, pero tengo confianza en que eventualmente estaré recorriendo ese camino. Para aprender alemán mis razones son muy diferentes. Por un lado, simplemente sucede que me encanta el sonido de ese idioma. Por otro lado, acontece que mi padre vivió en tierras teutonas durante un buen manojo de años antes de tener planes acerca de mí; por consecuencia mi niñez está plagada de referencias a Alemania y su cultura. Se podría decir, pues, que mis excusas están ancladas en mi subconsciente. También es de rescatar la comida alemana, que logró sorprenderme muy gratamente al comer hasta el cansancio cuando fui a Alemania en las últimas fiestas de navidad y año nuevo.

Pensándolo bien, el alemán también es un idioma de negocios. Alemania está ubicada en toda la mitad de Europa occidental; Frankfurt es la sede financiera más importante de Europa después de Londres; Alemania, Austria y Suiza (en alemán) se cuentan entre los verdaderos motores del éxito que ha sido, en general, la U.E.

Hoy voy a pecar de soñador empedernido y sin remedio. Aún no he terminado de aprender inglés y ya estoy pensando en mis metas dos idiomas después. Sí, después de aprender alemán espero tener la energía suficiente para dedicarme al estudio de incluso otro idioma. Pero no se por cuál decantarme. Por un lado está Francés, ese idioma que todo el mundo ama por su sonido. El idioma de la moda y del amor. Francia también es potencia económica mundial, y el francés es hablado en numerosos países, incluyendo Canadá, Bélgica, Suiza y varios países africanos. Por otro lado cruza por mi mente el portugués, principalmente debido a el crecimiento que se estima que tendrá Brasil en los próximos lustros. Brasil y México son los gigantes de la región (Latinoamérica) y, como he dicho antes, el español lo tengo en un nivel muy aceptable. Además, se antoja fácil aprender portugués, dada su similaridad con el español. Por último está el italiano, simplemente por capricho.

El latín es el manjar predilecto de los espíritus selectos, solía decirme mi padre que solía decirle a él un antiguo maestro de sus épocas de bachillerato, tal vez con la esperanza de que yo lograra perfeccionar aquella antigua lengua casi divina, madre. Aunque francamente dudo mucho que aprenda una lengua como el latín o el esperanto, sí espero ampliar mis horizontes en cuanto al aprendizaje de idiomas. Será un proceso largo y penoso, de eso estoy seguro, pero creo que al final valdrá la pena. Y esta entrada es en parte para hacerme prometer a mí mismo que lo lograré, y en parte para actualizar el blog con algo. Después de todo es probable que, dado el descuido absoluto en el que lo he tenido a lo largo de los últimos meses, mi próximo post sea en hindi. También me interesa.

Imágenes por xbettyx y MeganMorris

Escepticismo

Ya casi, en unas horas, es la cumbre de Copenhagen. Representantes de casi todos los países del mundo y expertos en la materia (léase, con un tono de periodista de Noticias RCN, científicos) se reunirán para discutir y llegar a un acuerdo de una vez por todas respecto al cambio climático. Para mirar que hacer luego que se acabe el tiempo de alcance del maltrecho Protocolo de Kioto. Yo lo siento, pero me encuentro escéptico respecto a las conclusiones a las que pueda llegar semejante masa de diplomáticos. La XV Conferencia sobre Cambio Climático, la llaman. Bonito nombre, ¿no?

Hagamos, como casi siempre, un ejercicio de imaginación: un auditorio, como esos que aparecen en las películas gringas donde están representantes de 192 países. Embajadores en su mayoría, gente que no tiene idea de términos técnicos, están ahí porque les toca. Reunidos con otra masa de señores, hombres de ciencia, que proyectan una presentación de diapositivas con gráficos y nombres extraños como CO2, CH4, N2O, HFC, PFC, SF6. Por dios, qué aburrido, menos mal que me están pagando.

Al final todos concordarán en que el mundo va para el hoyo, firmarán un documento en el que se comprometen a bajar sus emisiones, harán un brindis, asistirán a uno que otro evento social, se tomarán fotografías. Luego llegarán a cada uno de sus países y aquí nada ha pasado. Estados Unidos y China seguirán ocupados en sus asuntos internos, seguirán generando energía a punta de carbón y petróleo y promoviendo el estilo de vida americano, que no es otro que el que dice desperdiciemos como si fuéramos la última generación que va a pisar este planeta. Que los otros países bajen sus emisiones, nosotros tenemos problemas más importantes que atender. No, no es cierto; no tienen problemas más importantes que atender. Míresele desde donde se le mire, no hay un problema que necesite por parte de los países industrializados más urgencia.

Y mientras las grandes compañías siguen haciendo cualquier clase de porquerías contra el medio ambiente, sus dueños se siguen volviendo asquerosamente ricos (me pregunto yo y muchos otros, ¿para qué quiere alguien más de mil millones de dólares?). En un punto, claro, el planeta no tendrá más para dar. En ese punto se darán cuenta de que la riqueza en constante, pero eso no parará que ellos tengan cada día más. Y como es constante, no queda más que quitarle [más] al resto de la humanidad, la ecuación se tiene que cumplir.

Va a llegar ese día, lo presiento, aunque no me gustaría vivirlo. Algún día el petroleo va a ser tan caro por la escasez, va a haber tanta gente pobre en el mundo, muriendo de hambre y sed, tan poca agua, que los responsables no podrán con sus conciencias. Miles morirán. No, millones. Miles de millones. La hediondez y olor a mortecino en el aire de muchos sitios en todo el mundo, especialmente en África y Asia será insoportable. El apocalipsis, si le ponemos nombre a esta situación, me lo imagino lento, gradual, tan gradual que el mundo no se dará cuenta de su inminente llegada hasta que ya esté encima. Como digo, espero estar muerto cuando eso pase, pero va a pasar, de eso no me queda [casi] duda.