Miedo

Inmediatamente antes de bajarme del bus me quito los audífonos y las gafas, me subo la cremallera de la chaqueta hasta el cuello y mis sentidos se ponen en máxima alerta. No hay noche en la que la puerta de entrada del apartamento no esté cerrada con pasador. Trato de caminar por las calles más tumultosas, tratando de evitar el atraco. De nadie me fío, no doy mi nombre al teléfono sin antes conocer el de mi interlocutor; me es difícil creer en buenas acciones desinteresadas, aunque yo mismo las hago a veces. Evito a toda costa las sillas de atrás del transporte público y procuro ir acompañado por la calle, aunque no siempre se puede. Son pocos en realidad los lugares fuera de mi hogar en los que siento que me puedo despreocupar: la Universidad, mi barrio, las casas de mis amigos. Estoy acostumbrado, como la mayor parte de los colombianos residentes en grandes ciudades, a vivir con miedo. Pero no es capricho.

Sin embargo el miedo se nos está saliendo de las manos. La indiferencia reina, poco a poco deja de existir la amabilidad o caballerosidad que tantos extranjeros dicen que caracteriza a los colombianos. Las malas formas y la cara de puño se ven en las personas cada vez más a menudo cuando les preguntamos por algo, aunque sea la hora. Pedir permiso se ha convertido en una pena para los que lo piden y en un fastidio para los otros. ¿Dónde quedó la sonrisa en la boca, el «buenos días, vecino»? ¿Es así como se supone que deben ser las ciudades grandes y cosmopolitas? ¿Acaso la amabilidad es cosa sólo del campesino?

Esta tarde me subí al TransMilenio. Todas las sillas iban ocupadas, por supuesto. Dos paraderos adelante se subió un señor con un bebé recién nacido en brazos. Me causó impresión que duró cerca de dos minutos para conseguir puesto. Los de las sillas azules se hicieron los bobos, algunos cerraron los ojos, otros de repente se sintieron mal, el resto simplemente nada hizo. Los de las sillas rojas tampoco: «que se paren los de las sillas azules, para eso están, yo no tengo por qué pararme». Al final una señora (sentada en una silla roja) le cedió el puesto al hombre del bebé.

Vivimos con miedo y con razón, pero no dejemos que el miedo nos ponga a desconfiar de todo el mundo. Seamos razonables en nuestra comunicación, darle la hora a un transeúnte no subirá las probabilidades de que nos atraquen. Ni las bajará, claro. No apliquemos la máxima popular: «todos son culpables hasta que se demuestre lo contrario».

El paro

Ese lunes desperté con dolor de garganta. Fue extraño en un principio, creía que la gripa de la anterior semana me había sanado ya. Aimagelgunos minutos después me percate que, efectivamente, la gripa me había pasado. El dolor de garganta se debía a que la polución ambiental en Bogotá había bajado un 15%, los bogotanos simplemente no estamos acostumbrados a un aire tan limpio. El jueves, según un informe de Caracol Radio, este porcentaje era de 22%. En algunos sectores de la ciudad como el centro, la mejoría llegaba al 33%. Y tengamos en cuenta que el Pico y Placa se levantó.

El paro de transportadores en Bogotá afectó todos los sectores de la economía capitalina, para bien o para mal. Mientras unos sufrían porque no tenían como moverse hacia sus trabajos, otros hacían su agosto metiendo hasta siete individuos sancochados en un Twingo. Mientras los pobrecitos pequeños transportadores lloraban y sudaban frío porque el distrito les iba a quitar lo que justamente y con el sudor de su frente se habían ganado durante el último medio siglo, el sistema TransMilenio (¿sistema?) reportaba un número récord de ganancias pasajeros felizmente movilizados. Las tiendas de barrio vendieron como si fuera fin de semana y los ladrones del centro supieron por fin lo que significa la popular expresión vacas flacas. Sí, el paro nos sorprendió a todos (menos a los transportadores, claro), que en muchos casos quedamos fríos por la capacidad de organización que tuvo el gremio de los pequeños cuando su negocito se ve amenazado.

¿El problema? Nada más ni nada menos que el SITP, el Sistema Integrado de Transporte Público que, increíblemente, no está implantado en una ciudad de más de siete  millones de habitantes como debiera estarlo desde hace varias décadas. Y los transportadores no quieren que lo implanten, así de sencillo, seamos sinceros. Van a ganar menos o, en palabras de ellos, van a perder. Hasta ahí, normal. Ellos tienen todo el derecho a protestar. Pero con su protesta lograron que la ciudadanía que no lo había hecho, se diera cuenta de lo sometida que está esta urbe a ellos.

El señor conductor se pasa semáforos en rojo, baja del bus a quien se le da la gana, para en la mitad de la vía, va haciendo carreras con las otras busetas (increíble, hace unos días tuve que presenciar una discució n entre dos buseteros de la ruta 97, a la altura de la calle 45, que se prolongó por unos cinco minutos; lo peor es que entre ambos ocupaban las dos calzadas), excede los límites de velocidad, cuando va de mal genio simplemente no para, se le atraviesa a los otros carros para recoger un pasajero que mete por la puerta de atrás para embolsillarse los mil trescientos pesos del pasaje, no paga (!) comparendos simplemente porque no quiere. Del vehículo podemos empezar por las cómodas sillas acolchonadas ideales para la retención de todo tipo de enfermedades de todo tipo de medio de transmisión (incluyendo esas que se prenden de una mirada), el espacio entre las mismas diseñado especialmente para transportar individuos en edad de lactancia, las ventanas con manijas de juguete o de adorno y, como no, el beneficioso para la salud de los bogotanos humo negro que sale por el exhosto de muchas de estas máquinas. También cuentan la contaminación visual, el taponamiento de las vías (trancones), la guerra del centavo, la contaminación auditiva y un largo etcétera. Pero los señores buseteros tienen todo el derecho a parar, después de todo ellos son los que mueven esta ciudad, que estaría en la olla (¿acaso no lo está ya, precisamente por culpa de ellos?) sin su existencia. Hágame el favor.image

Bogotá es una urbe de más de siete millones de habitantes y necesita un sistema de transporte público acorde. Y por acorde no me refiero a busesitos rojos cada siete minutos por una docena de calles, por acorde no me refiero a que los ciudadanos tengan que ir enlatados como sardinas baratas (porque las sardinas caras tienen mejores condiciones de viaje que un bogotano promedio en TransMilenio) en buses dependientes de petróleo. Por acorde señores, me refiero, como no, a un tren.

Pero volvamos al tema. Los transportadores pararon por el SITP. Ellos, claro, no iban a decir que estaban en contra del nuevo sistema, eso les habría costado un duro golpe de opinión (al parecer al final no les sirvió de mucho la artimaña de esconder sus reales intenciones). No, ellos protestaron porque eran las víctimas.  Un pequeño transportador tiene dos opciones frente al nuevo sistema: por un lado, puede entregar su vehículo a cambio de una participación basada en el estado del mismo y unos estudios. Por esa participación la concesión le paga una suma de dinero, una rentabilidad. Por otro lado, puede vender su vehículo también al sistema por un precio que (también efecto de unos estudios, desconosco si los mismos) la concesión le pagará y el [antiguo] pequeño transportador tendrá que irse a buscar suerte en otro río.

Por un bus que nos costó 240 millones nos están dando 180, decía indignado el señor gordito representante de los buseteros el miércoles por las noticias. Por un bus que les costó 240 millones, 180. Si yo soy él, voy a dar los datos que más me hagan quedar como víctima, que es la idea. Osea que, o bien la mayoría lo los buses costaron menos de 240 millones, o bien por la mayoría de los buses les están dando más de 180 millones. En todo caso, el porcentaje de que están perdiendo es menor y la cifra que él da es el extremo. Además, si tenemos en cuenta la edad de los buses (una buena parte pasa de los diez años) y el estado, es normal que de desvalorizen. ¿Cuál es el precio de un Allegro modelo 2010 nuevo contra uno modelo 2000 (no estoy seguro de que el Allegro lo sigan produciendo, pero en todo caso sirve para ilustrar el tema)? ¿Cuánto kilometraje y reparaciones tiene un bus de esos, teniendo en cuenta que lo sacan casi todos los benditos días y se recorre la ciudad varias veces en una sola jornada? El sólo hecho de que una importante parte de esos buses sean para chatarrizar dice mucho sobre su estado.

Por otro lado, el lunes los buseteros pedían el 5%. No nos equivoquemos, que esta rentabilidad no es anual, es mensual. ¿5% mensual (¡¡60% anual!!) por un negocio que no tiene casi riesgos? Después de unas horas ya iban en el 2% (eso deja mucho para pensar, ¿cómo se van a pegar semejante bajada en unas horas?), al día siguiente ya iban en 1.8%. Al final, lo terminaron en 1.5%, que es la cifra máxima que la alcaldía había fijado desde un principio. De todas maneras un 18% anual de rentabilidad es mucho más de lo que da cualquier CDT (del orden del 4% E.A.) en cualquier banco de Colombia, y el riesgo es muy similar. ¿Y las consecuencias del paro? Bueno, en buena parte se ven reflejadas en los agradables resultados del Polo en los recientes comisios.