El arte

El lunes pasado terminó ArtBO, la feria y exposición de arte realizada en Corferias, en Bogotá. Por cuatro días los bogotanos tuvimos la oportunidad de deleitarnos con las muestras de expresiones artísticas audiovisuales de todas partes del mundo; se nos dio el camino al disfrute por nuestra parte de cuadros, esculturas, proyecciones y demás suerte de cosas artísticas enriquecedoras del ego de nuestro intelecto. Yo estuve allí, y vi con curiosidad arrasadora las caras perplejas de las personas contemplando las obras colgadas en las paredes blancas. Luego me miré a mí mismo, con mi cámara en el cuello, tomado de la mano de María, ella también con su cámara al cuello; poniendo mi cuerpo en posiciones ridículas y sórdidas para captar una instantánea. ¿Seré yo de aquel tipo de gente, parte de aquellos individuos que se sienten atraídos por la sola posibilidad de mostrarse como «intelectuales», exhibiendo su caras hipnotizadas al frente de dibujos sobre los que no entienden absolutamente nada, pero que aún así esperan que los que las observan creen que sí lo hacen?

Al salir de Corferias tomamos un taxi y el conductor me pareció una persona curiosa: pocos segundos después de subirnos a su vehículo yo estaba seguro de que nos iba a drogar y quitar algún órgano; eso lo pensé por la forma de su cara (lo siento, hay gente que definitivamente tiene cara de crápula y ahí no hay nada que hacer). Sin embargo me sorprendió cuando preguntó con una amabilidad muy rara en su gremio acerca de nuestro destino. Le di las instrucciones, que más que instrucciones eran el lugar, tratando de ser igual de amable y tragándome mi orgullo por haber juzgado a priori. Arrancó y yo no podía dejar de observarlo. Al voltear por la calle que va pegada a Corferias sus ojos se sumieron en los espacios del pabellón principal de la feria, en los estantes protegidos por los vidrios de la fachada, en la gente que caminaba perezosamente entre los cuadros; como si él mismo se muriese por estar ahí adentro, pero sus prioridades estuvieran por otro lado. Decidí quedarme con esa imagen del conductor, apoyada por su amabilidad.

Al dejarnos en nuestro destino le pagamos y él dio las gracias, muy decentemente. Caí en cuenta entonces de que el hombre en realidad era un taxista culto, de esos que pocas veces se ven, normalmente entrados en años, bien vestidos, amables y que no corren demasiado. De esos viejos de la ciudad a los que les gusta leer, la buena comida, ir a una que otra exposición. O tal vez no, tal vez sólo era un taxista amable que se preguntaba de qué diablos iba todo ese revuelto en Corferias. En todo caso me cayó bien, y estuve incluso tentado a darle propina; no soy de los que da propina muy a menudo (mi condición de estudiante no me lo permite), y mucho menos a los taxistas, pero cuando tengo la posibilidad y el servicio se lo merece, no encuentro ningún problema; incluso me da rabia cuando alguien que puede niega la propina de un servicio bien prestado.

En cuanto a de qué diablos iba todo ese revuelto en Corferias, ArtBO cumplió con mis expectativas, y me hizo preguntarme el papel de la cultura en todos nosotros. El evento estaba plagado de extranjeros e individuos pertenecientes a los sectores más pujantes de la sociedad bogotana, que caminaban con lerdez por entre las galerías, comentando animosamente las obras expuestas, señalando, observando. Algunos definitivamente estaban allí por el orgullo de poder decir «estuve viendo arte el domingo», otros tenían motivos más genuinos. Pero dejando de lado los motivos de la gente para asistir, llegué a la conclusión (de nuevo) de que el arte, y la cultura en general, son muy importantes en la vida de una sociedad que se llame a si misma civilizada. La entrada a artBO costaba quince mil pesos, siete mil para estudiantes, y el evento estuvo bastante decente, desde el humilde punto de vista de un servidor que poco o nada sabe de arte, hay que aclarar.

Aunque la mayor parte de las piezas artísticas se escapaban al dominio de las cosas sobre las que puedo tomar una opinión, algunas de ellas (las más básicas y las que recibirían más palos por parte de la crítica, tal vez) me parecieron simplemente brillantes y no pude evitar sentir cierto no se qué, no se dónde, al contemplarlas, o aplaudir mentalmente a su creador y proceder con las posiciones incómodas con la cámara fotográfica al frente de mi cara. Supongo que estas cosas son, como todo, cuestión de práctica, y entre más galerías y exposiciones visite, más atraído me sentiré hacia ciertos estilos o métodos, ciertos artistas, y lo que vendrá después, ciertos círculos sociales también. Vida intelectual, creo que la llaman. No me siento particularmente atraído por este sendero, siempre me ha parecido un ambiente algo denso y totalmente despojado de pragmatismo, pero las cosas pueden cambiar. De todas maneras, no es la única manera en que la cultura de manifiesta; personalmente, el teatro o la literatura me llaman un poco más la atención.

Esperemos que Petro cuide ese aspecto también.

Una galería con algunas de las fotos que tomé o que tomó María:

El riesgo es que te quieras quedar

Es siempre un yunque pesado con el que un colombiano tiene que cargar en el exterior, por el sólo hecho de ser colombiano. A donde quiera que vayamos la gente siempre nos preguntará si conocimos a Pablo Escobar, si hemos visto los cultivos de coca, si somos de las FARC o si para nuestro próximo viaje nos pueden encargar unos kilitos para volverse millonarios. Más de una vez se preguntarán tontamente cómo es que no somos asquerosamente ricos, si la droga se vende tan bien en las calles del mundo desarrollado. Por más campaña publicitaria de el riesgo es que te quieras quedar que nuestro ministerio de relaciones exteriores haya expandido como la pólvora al rededor del mundo, parece ser que nadie puede borrar de las mentes de los habitantes de los otros cientos de países del globo esa imagen de Colombia como el país exportador de droga que fuimos y desafortunadamente somos y seremos.

A lo largo del poco tiempo que llevo viviendo en el exterior esa es a una de las tristes conclusiones que he llegado. Es muy poca la gente que me ha preguntado por los paisajes, por la comida o por la gente, comparada con los que me han preguntado por droga. Es por eso que aún estoy impresionado gratamente al ver que una amiga, no colombiana, que estuvo viviendo en mi país por un año, ha vuelto a su natal Austria y tiene, entre otras cosas, una gran bandera de Colombia pegada a la pared de su habitación, por lo que me pareció haberme percatado justo sobre la cabecera de su cama. Es difícil de creer que alguien como ella, tan primermundista, tan desarrollada, tan avanzada tecnológica y socialmente y sobre todo, viviendo en un mundo tan radicalmente diferente a lo que muchos de nosotros aún llamamos la patria boba, lograra desarrollar tanta empatía por la tierra que vio parir a Rojas Pinilla. Me refiero, por supuesto, a Tunja.

Y siguiendo con la cadena de pensamientos llegue a la conclusión de que, a lo mejor, muchos de nosotros como colombianos no sabemos en realidad lo que tenemos. Y de que tal vez, sólo tal vez, aquellos miles de extranjeros que aman a Colombia lo hagan por algo. Es posible, en ese caso, que lo bueno de Colombia sea algo más que los hermosos paisajes y las playas de siete colores. Es posible que lo bueno de Colombia sea algo no natural; es posible, incluso, que la actividad humana sobre aquel pedazo de planeta llamado hogar por más de cuarenta millones de esos mismos humanos haya dejado, después de todo, algo notable, algo bueno.

Muchos concordarán conmigo cuando digo que parece ser que los extranjeros que nos visitan conocen más lugares turísticos de nuestro país en dos semanas que los que nosotros hemos conocido en todas nuestras vidas. No sólo es que parezca ser, es que es. Aunque es posible que este sea un comportamiento del ser humano en general al, por ejemplo, mandar gente al espacio antes de haber explorado un poco más a fondo, valga la redundancia, el fondo de nuestros océanos, no puedo evitar cerrar animando al colombiano habitante de Colombia, si tiene los recursos, a que viaje por el país y trate darse cuenta por sí mismo que, después de todo, no todo es color de hormiga.

Imagen de Lucho Molina

Seamos amigos

Ha pasado el sopor de enero y comienzos de febrero, aunque a algunas personas ese sopor les llega hasta diciembre. Sin embargo no es mi caso, así que retomo el blog (de hecho ya lo hice con dos pequeños cuentos) espero que con mas diligencia que el año pasado, aunque no prometo.

No voy a hablar de mis épocas, cuando para tener amigos era necesario socializar con ellos, construir la confianza y un largo etcétera. No voy a hablar así por dos razones: primera, los que me conocen saben que aún es mi época. Y segunda y más importante, porque (aún aunque mis épocas hubieran pasado hace mucho tiempo) todavía toca hacer todas esas cosas para tener amigos. Toda esta perorata va hacia la utilización esa palabrita (amigo) en un ámbito que tiene un nombre técnico muy singular: web 2.0. En lenguaje común y corriente (parece mentira que esto sea hoy parte del lenguaje común y corriente), lo llamamos redes sociales, vamos, Facebook.

Juanita Perón tiene cinco mil setecientos treinta y ocho amigos. No son conocidos, no son contactos, compañeros, colegas, socios, simpatizantes, no. Son amigos, con todo lo que esa palabra implica.

El Número de Dunbar es una cifra teórica que el antropólogo Robin Dunbar definió en 1992 como un número cercano a 150 (la cifra es 149.8). Más información acerca de este número se puede encontrar por muchos lados, empezando por la propia Wikipedia, pero para efectos de esta entrada baste decir que ese número es, en teoría, el límite de contactos personales que puede tener un individuo en su grupo social.

El número promedio de contactos en Facebook es, según cifras de la misma red social y a fecha de febrero de 2010, 130. Podríamos pensar ingenuamente que la teoría se confirma, pero estamos olvidando un aspecto fundamental: ese número (130) es un promedio, mientras que en el caso del Número de Dunbar es, además, un límite. Y en Facebook sabemos de sobra (por casos como el de Juanita Perón y similares) que no.

Está claro que estos hechos son conocidos y aceptados por muchísima gente, que lo que yo estoy acá diciendo en realidad nada tiene de nuevo. Los que tienen miles y miles de «amigos» en redes sociales (especialmente Facebook) simplemente no ven eso como algo malo. Conozco varios casos y al preguntar acerca del porqué de la gran cantidad de contactos, responden que para ellos no es algo trascendental, Facebook es sólo un juego y no refleja en absoluto su vida social real.

Por otro lado, lo que sí me causa bastante impresión es que muchas de estas personas (y en general casi todo el resto también pero el riesgo, al escoger más detenidamente a sus contactos, es menor) no tienen reparo ni cuidado al publicar todo tipo de información sensible en el jueguito. Un criminal podría fácilmente descifrar muchísimas cosas de una persona, pasando desde su círculo social cercano hasta su domicilio, con sólo mirar unas cuantas fotografías. Claro, todos tenemos derecho a publicar lo que hacemos y de lo que estamos orgullosos, pero yo insto a que escojamos con más cuidado quiénes van a tener acceso a esa información. Publiquemos no sólo pensando que nuestros amigos lo verán, sino también que será, al fin y al cabo, publico. Esto significa que nuestro contenido será visto por muchas más personas de lo que inicialmente tenemos pensado.

El mundo virtual es un reflejo del mundo real. Allí afuera también hay personas malas aunque, como en el mundo real, son muchísimas menos que las buenas.

Trabajo

Perfecto, más estudiantes. Para Alfonso, el administrador del local, la noche simplemente no puede estar peor. Además de que el sitio está casi vacío, los pocos clientes que hay tienen cara de estudiantes como nunca. Los estudiantes son malos; piden una ronda y se demoran media hora, sólo miran a las muchachas y uno de cada diez hace el gasto. Los que acaban de entrar no son demasiado diferentes, salvo que estos vienen en evidente estado de embriaguez. Peor aún. Sin embargo apura a alguien para atenderlos, nunca pierde la esperanza y el grupo viene bien vestido, puede que incluso con las billeteras holgadas. Son tres, piden tres cervezas.

Ahora es el turno de Marly de pasar a la barra. Tiene ganas de vomitar, las copas de aguardiente que le dio el DJ le surtieron efecto antes de lo esperado. Un buen muchacho, trata de sacar adelante su carrera musical, pero Marly duda que empezar en un prostíbulo le de muy buena fama. Marly es, claro su nombre artístico; sólo unos pocos clientes especiales y el dueño del negocio saben que en realidad se llama Diana, que tiene dos hermosos hijos y que muy pronto va a salir de ese hueco para ponerse a estudiar un técnico en sistemas. De hecho sólo esos clientes especiales saben lo del técnico, mismos clientes que son especiales porque la visitan semanalmente sin falta desde hace más de tres años. Marly extraña ahora esos días, cuando aún era de las más deseadas de La Guitarra y podía en una noche hacer suficiente como para pagar quince días de arriendo. Ahora vive con el diario, no puede darse el lujo de ahorrar.

Se sube a la suerte de pasarela con una barra en el medio que hay en la mitad del salón y empieza a bailar la música que Nacho pone. Tres muchachos universitarios entran desde la estrecha escalera que sube al salón principal, don Gerardo les alcanza tres cervezas. El estado en que los ve le hace aumentar sus náuseas. Pero no puede permitirse perder el control así que aparta la mirada y decide acabar con el show rápido. Se quita el sostén. Don Alfonso le hace señas para que baje la velocidad; afortunadamente el aire frío en sus pechos le calma el mareo y obedece. Aquellos muchachos están borrachos, no van a aguantar demasiado.

Aunque el mundo le da vueltas a una velocidad mayor a la que normalmente lo hace, Jairo y sus dos amigos piden las tres cervezas, sabiendo que muy probablemente serán la únicas que pidan en todo lo que queda de noche, que no es mucho. Demora cerca de cinco minutos para dar el primer sorbo. César demora el doble, mientras que Mario toma inmediatamente el viejo las pone sobre la mesa. Es un viejo de unos sesenta años que siempre está atendiendo ahí, obediente a las órdenes del administrador. El local está vacío. Una rubia baila desnuda en la pasarela al ritmo de «75 Brazil Street» mientras un puñado de hombres, en su gran mayoría con aspecto de estudiantes, la mira desde abajo. Jairo y sus amigos están lejos de la pasarela, pero los tres tienen pensado bajar para ver un poco más de cerca. Sí que está vacío el local.

Casi al tiempo pero sin programarlo, los tres se levantan para bajar cerca de la prostituta que baila desnuda. Las sillas vacías sobran, de modo que se hacen a un buen puesto cerca de la barra donde Marly, como la anuncia el bastante mediocre DJ, cuelga en una posición que a César se le antoja imposible. Se acaba la canción y la mujer se baja de la tarima, se cambia y se pierde. Ahora uno de los grupos más numerosos, unos seis jóvenes que estaban en un rincón, se levanta y se dispone a salir. El local se va vaciando poco a poco y César cree que los próximos serán ellos. Sus pensamientos cambian por la mujer que el DJ anuncia.

Cristal se prepara para subir a la tarima. Reconoce al grupo de tres muchachos que están sentados al lado de la barra, pero debe admitir que nunca los había visto en tal estado. Uno de ellos parece a punto de vomitar, con la cabeza apoyada en las manos, apoyadas en las rodillas. Los otros dos parecen menos ebrios y la miran decididamente. Es evidente que también la han reconocido; ya tiene a quién dedicarle este show. La música empieza, Nacho está animado. Ahora Cristal también lo está, no sabe por qué pero la presencia de esos tres la reconforta. Tal vez es porque siempre que visitan La Guitarra alguno consume. Hace buena cara y se dispone a bailar, se toma su tiempo en quitarse el sostén, pero cuando lo hace, lo hace mirando al grupo que le devolvió el ánimo en la noche. Algo anda mal. Uno de ellos no le mira los senos, la mira a los ojos. Es una mirada perdida, con una sonrisa sosa dibujada en la cara, pero definitivamente es a los ojos y no a los senos. No sabe cuánto tiempo transcurre en ese encuentro pero le parece que es demasiado así que aparta la mirada y se dirige a un extremo de la pasarela. Antes de caminar, lo vuelve a mirar por el rabillo del ojo y él hace una mueca burlona. A Cristal le parece que ya tiene cliente asegurado.

Mario está satisfecho, siempre quiso mirar a una prostituta a los ojos mientras hace su trabajo, y que ella supiera que él la miraba. Va a acabar su cerveza así que mira a César para percatarse del nivel de la de él. Pero no alcanza a verlo porque éste le hace una seña, le da dos cervezas comenzadas, se pone de pie junto con Jairo y ambos salen del salón. Mario supone que en realidad sí tenían dinero y no pudieron aguantarse las ganas.

Cristal ve a dos de los muchachos salir en dirección a los baños, mientras que el que la miró sigue ahí.

A Mario le parece un tiempo muy corto para un polvo pero después de todo Jairo está en bastante mal estado y todo es posible. Ya va acabando una de las cervezas que César le dio al partir, pero la deja en el suelo junto con la otra. Se van.

Cristal los ve levantarse e irse. Menudos hijos de puta.

¿Y usted qué haría?

Policía «controlando» la situación.

Antes de empezar, me gustaría poner al lector en sintonía. Ayer, a eso del medio día, el rector de la Universidad Nacional de Colombia, doctor Moisés Wasserman, fue detenido mientras se disponía a salir del campus en una camioneta blindada por un grupo de cerca de 300 estudiantes, quienes reclamaban la presencia del directivo en el auditorio central León de Greiff, con el fin de explicar a la comunidad universitaria con más detalle su posición (infiero yo, pues el problema del presupuesto es ampliamente conocido. Si me equivoco, favor corregir) frente al la problemática que tiene a las Universidades Públicas, y a la Nacional especialmente (debido al problema del pasivo pensional) al borde de la quiebra. Tras cerca de 4 horas en las que el rector estuvo detenido en el carro en el que se movilizaba, se llegó al fin a un acuerdo con los estudiantes en el que se resolvía que el día lunes se hará la dichosa reunión. El rector ya se encontraba fuera del claustro, cuando efectivos del escuadrón anti-disturbios de la policía (ESMAD) entraron por la fuerza al campus y detuvieron a 22 estudiantes que supuestamente estaban agrediendo al rector momentos antes.

Esta mañana me levanté con una sensación extraña, como cuando una nena que es tu amiga te gusta pero temes decírselo. Pero las razones sé que eran muy diferentes, aunque las desconozco a ciencia cierta.

Salí. Mientras caminaba vi el diario El Tiempo colgado en las vitrinas de las tiendas. La portada anunciaba con sendas letras rojas que «seis horas estuvo retenido, en este carro, el rector de la U. Nacional», sobre una foto del techo del carro blanco, pues el resto estaba tapado por las cabezas de los estudiantes. Página 1-4. En la página 1-4 lo de siempre, narración muy al estilo El Tiempo de lo hechos, y al final, 20 líneas del grosor de un sexto de página de periódico, dedicadas a explicar mediocremente «lo que dicen los estudiantes» que es la problemática de la universidad.

Estaba a punto de cerrar el periódico y devolvérselo al tendero cuando me percaté de una payasada en todo el sentido de la palabra, que aparecía como nota adjunta al mismo artículo. A continuación la transcribo, de todas maneras se puede encontrar en internet:

‘Cinco predicaban el Evangelio’
Doce estudiantes permanecían detenidos anoche en tanquetas de la estación de Policía de Teusaquillo, en la carrera 13 con calle 30, según informó el comandante de la Estación de Policía de Teusaquillo, coronel William Triana.
Los alumnos, de las facultades de Veterinaria, Bellas Artes y de Cine, se mantenían en las tanquetas donde se les pidió información como documentos de identidad y un formulario donde debían declarar si estaban en «estado de excitación», cuando ocurrió la retención del rector.
Según las versiones de algunos de los padres de los detenidos, cinco de ellos pertenecen a la iglesia bautista, que está en terrenos del Alma Mater, y estaban «predicando el evangelio».
María José Serrano, madre de una de las estudiantes detenidas, aseguró que ella no hacía parte del grupo que retuvo al rector de La Nacional.
Fernando Franco, padre de otro de los arrestados, dijo que su hijo se encontraba jugando voleibol cuando fue detenido.
El coronel Triana le dijo a EL TIEMPO que los estudiantes permanecerían en las tanquetas hasta nueva orden, es decir, hasta decidir si iban a ser llevados a la UPJ de la calle 13 con carrera 30 o eran puestos en libertad.

La cara de angustia se nota, y no les falta razón. Entraron y agarraron al que se les atravesaba.

Se nota el cinismo y las ganas de hacer quedar en ridículo a los familiares de estos estudiantes. ¿Y usted qué haría si prende el televisor y ve las noticias que hablan de secuestro en el campus, sabiendo que su hijo está allá? ¿Y usted qué haría si su hija se va a clase por la tarde y no vuelve esa noche, porque está retenida en una tanqueta de la ESMAD? ¿Y usted qué haría si su hijo tiene partido de Voleibol y de repente lo llaman diciendo que es un secuestrador? ¿Y usted qué haría si ve por los medios las noticias de los Falsos Positivos, y se entera que su hijo está en poder de las autoridades por una protesta de tinte izquierdista?

Lo más grave de todo es que los tuvieron que dejar libres por falta de pruebas. Por ahora, esperemos que los «autores» de este macabro hecho, como lo ha tildado el general Parra, no aparezcan en un potrero con la boca llena de moscas, trofeos de alguna Operación Soberanía. Asco, asco y vergüenza.

Sentimientos encontrados

La situación de las universidades públicas en este país es grave. Muy grave. El asfixiamiento del que tanto nos quejamos los estudiantes es una realidad, es algo que está pasando sin lugar a dudas y, como es de esperar, es algo que nos tiene sumamente preocupados. No somos los únicos. Profesores, trabajadores e incluso funcionarios administrativos concuerdan. Pero hay una sombra que en este país persigue a todo movimiento popular en contra de políticas gubernamentales, hecho que se ha incrementado notablemente desde el último gobierno. Yo lo he llamado «guerrillerismo», y es el asociar a estudiantes, indígenas, sindicatos, etc, con grupos sin duda terroristas como las FARC o el ELN. No hace falta salir a la calle a preguntarle a la gente qué piensa de la Nacional o de la Pedagógica, con sólo leer comentarios en las páginas de diarios como «El Tiempo» o «El Espectador» se hace notar una aversión casi incomprensible de la población en general hacia cualquiera que esté un poco disconforme con cualquier política del actual gobierno. Que son las páginas de los medios probablemente más viciados que ha visto este país, es cierto, pero son las páginas de los medios que se leen más. Casi incomprensible digo, porque es comprensible al menos un poco que las masas estén semi hipnotizadas por los medios masivos; es algo que siempre ha sucedido, en todo el mundo.

Eso es una cosa. Es grave, si, para preocuparse. Sin embargo los estudiantes debemos pensar antes de actuar. El día miércoles y el día jueves salimos a marchar. Era triste escuchar en las arengas cosas como «Uribe, paraco, el pueblo está berraco», «a ver, a ver, quién lleva la batuta, ¿los estudiantes o el gobierno hijueputa-puta-uta?» o «a las calles a tumbar este gobierno paramilitar». Me gustaría una marcha sin arengas. Una marcha como las que organizaba Gaitán. Una marcha en la que la actitud de los marchantes refleje por lo que en realidad marchan, y que no se salpique de las pasiones políticas. Esta tarde un grupo de estudiantes detuvieron al rector de la Nacional en el campus. Exigían que se reuniera con ellos en el auditorio León de Greiff, que asistiera a una de las famosas asambleas que por estos días se realizan. Y aunque yo no me encontraba en la Universidad en ese momento, no me cabe duda de que el grupo estaba conformado en su mayoría por estudiantes. Es una medida drástica, totalmente reprochable desde muchos puntos de vista. Pero es, en cierto modo, compresible. Refleja la desesperación de la comunidad. Sin embargo, fue inevitable que los medios hicieran comidilla del asunto, y la gente quedó convencida de que el Doctor Wasserman estuvo secuestrado por un grupo de estudiantes desadaptados, de esos que pululan en la Nacional.

Es que esa fue la única manera de hacernos escuchar, leía yo por ahí en algunos comentarios de algunas notas relacionadas. En parte tiene razón. De las marchas realizadas el miércoles y el jueves se oía en los medios sólo por el trancón que habían causado. De las razones nada. Y lastimosamente hoy si se oyeron las razones, pero sazonadas con un subliminal mensaje de «ciérrenles esa puta universidad a esos secuestradores». Ahora me pregunto, ¿es esa realmente la única manera de hacernos escuchar? ¿Dependemos tanto de los medios de comunicación? Probablemente sí, pero probablemente no, es mi respuesta. Podemos, sin duda, llegar a mucha más gente que actualmente sin la ayuda de algún canal o periódico. Y acá no es cuestión de proponer, es cuestión de hacer.

Respecto a la situación de la educación pública tengo sentimientos encontrados. Por un lado, es innegable que algo grave se está gestando, que amenaza nuestra supervivencia. Por otro lado, es muy probable que simplemente enviando comunicados firmados y creando grupos en Facebook no se logre hacer nada para contrarrestar los daños. Y bloquear edificios con pupitres, salir a protestar tirando papas explosivas, retener a rectores (no secuestrar, ojo), simplemente me parece aberrante. ¿Qué hacemos, muchachos, qué hacemos?