El paro

Ese lunes desperté con dolor de garganta. Fue extraño en un principio, creía que la gripa de la anterior semana me había sanado ya. Aimagelgunos minutos después me percate que, efectivamente, la gripa me había pasado. El dolor de garganta se debía a que la polución ambiental en Bogotá había bajado un 15%, los bogotanos simplemente no estamos acostumbrados a un aire tan limpio. El jueves, según un informe de Caracol Radio, este porcentaje era de 22%. En algunos sectores de la ciudad como el centro, la mejoría llegaba al 33%. Y tengamos en cuenta que el Pico y Placa se levantó.

El paro de transportadores en Bogotá afectó todos los sectores de la economía capitalina, para bien o para mal. Mientras unos sufrían porque no tenían como moverse hacia sus trabajos, otros hacían su agosto metiendo hasta siete individuos sancochados en un Twingo. Mientras los pobrecitos pequeños transportadores lloraban y sudaban frío porque el distrito les iba a quitar lo que justamente y con el sudor de su frente se habían ganado durante el último medio siglo, el sistema TransMilenio (¿sistema?) reportaba un número récord de ganancias pasajeros felizmente movilizados. Las tiendas de barrio vendieron como si fuera fin de semana y los ladrones del centro supieron por fin lo que significa la popular expresión vacas flacas. Sí, el paro nos sorprendió a todos (menos a los transportadores, claro), que en muchos casos quedamos fríos por la capacidad de organización que tuvo el gremio de los pequeños cuando su negocito se ve amenazado.

¿El problema? Nada más ni nada menos que el SITP, el Sistema Integrado de Transporte Público que, increíblemente, no está implantado en una ciudad de más de siete  millones de habitantes como debiera estarlo desde hace varias décadas. Y los transportadores no quieren que lo implanten, así de sencillo, seamos sinceros. Van a ganar menos o, en palabras de ellos, van a perder. Hasta ahí, normal. Ellos tienen todo el derecho a protestar. Pero con su protesta lograron que la ciudadanía que no lo había hecho, se diera cuenta de lo sometida que está esta urbe a ellos.

El señor conductor se pasa semáforos en rojo, baja del bus a quien se le da la gana, para en la mitad de la vía, va haciendo carreras con las otras busetas (increíble, hace unos días tuve que presenciar una discució n entre dos buseteros de la ruta 97, a la altura de la calle 45, que se prolongó por unos cinco minutos; lo peor es que entre ambos ocupaban las dos calzadas), excede los límites de velocidad, cuando va de mal genio simplemente no para, se le atraviesa a los otros carros para recoger un pasajero que mete por la puerta de atrás para embolsillarse los mil trescientos pesos del pasaje, no paga (!) comparendos simplemente porque no quiere. Del vehículo podemos empezar por las cómodas sillas acolchonadas ideales para la retención de todo tipo de enfermedades de todo tipo de medio de transmisión (incluyendo esas que se prenden de una mirada), el espacio entre las mismas diseñado especialmente para transportar individuos en edad de lactancia, las ventanas con manijas de juguete o de adorno y, como no, el beneficioso para la salud de los bogotanos humo negro que sale por el exhosto de muchas de estas máquinas. También cuentan la contaminación visual, el taponamiento de las vías (trancones), la guerra del centavo, la contaminación auditiva y un largo etcétera. Pero los señores buseteros tienen todo el derecho a parar, después de todo ellos son los que mueven esta ciudad, que estaría en la olla (¿acaso no lo está ya, precisamente por culpa de ellos?) sin su existencia. Hágame el favor.image

Bogotá es una urbe de más de siete millones de habitantes y necesita un sistema de transporte público acorde. Y por acorde no me refiero a busesitos rojos cada siete minutos por una docena de calles, por acorde no me refiero a que los ciudadanos tengan que ir enlatados como sardinas baratas (porque las sardinas caras tienen mejores condiciones de viaje que un bogotano promedio en TransMilenio) en buses dependientes de petróleo. Por acorde señores, me refiero, como no, a un tren.

Pero volvamos al tema. Los transportadores pararon por el SITP. Ellos, claro, no iban a decir que estaban en contra del nuevo sistema, eso les habría costado un duro golpe de opinión (al parecer al final no les sirvió de mucho la artimaña de esconder sus reales intenciones). No, ellos protestaron porque eran las víctimas.  Un pequeño transportador tiene dos opciones frente al nuevo sistema: por un lado, puede entregar su vehículo a cambio de una participación basada en el estado del mismo y unos estudios. Por esa participación la concesión le paga una suma de dinero, una rentabilidad. Por otro lado, puede vender su vehículo también al sistema por un precio que (también efecto de unos estudios, desconosco si los mismos) la concesión le pagará y el [antiguo] pequeño transportador tendrá que irse a buscar suerte en otro río.

Por un bus que nos costó 240 millones nos están dando 180, decía indignado el señor gordito representante de los buseteros el miércoles por las noticias. Por un bus que les costó 240 millones, 180. Si yo soy él, voy a dar los datos que más me hagan quedar como víctima, que es la idea. Osea que, o bien la mayoría lo los buses costaron menos de 240 millones, o bien por la mayoría de los buses les están dando más de 180 millones. En todo caso, el porcentaje de que están perdiendo es menor y la cifra que él da es el extremo. Además, si tenemos en cuenta la edad de los buses (una buena parte pasa de los diez años) y el estado, es normal que de desvalorizen. ¿Cuál es el precio de un Allegro modelo 2010 nuevo contra uno modelo 2000 (no estoy seguro de que el Allegro lo sigan produciendo, pero en todo caso sirve para ilustrar el tema)? ¿Cuánto kilometraje y reparaciones tiene un bus de esos, teniendo en cuenta que lo sacan casi todos los benditos días y se recorre la ciudad varias veces en una sola jornada? El sólo hecho de que una importante parte de esos buses sean para chatarrizar dice mucho sobre su estado.

Por otro lado, el lunes los buseteros pedían el 5%. No nos equivoquemos, que esta rentabilidad no es anual, es mensual. ¿5% mensual (¡¡60% anual!!) por un negocio que no tiene casi riesgos? Después de unas horas ya iban en el 2% (eso deja mucho para pensar, ¿cómo se van a pegar semejante bajada en unas horas?), al día siguiente ya iban en 1.8%. Al final, lo terminaron en 1.5%, que es la cifra máxima que la alcaldía había fijado desde un principio. De todas maneras un 18% anual de rentabilidad es mucho más de lo que da cualquier CDT (del orden del 4% E.A.) en cualquier banco de Colombia, y el riesgo es muy similar. ¿Y las consecuencias del paro? Bueno, en buena parte se ven reflejadas en los agradables resultados del Polo en los recientes comisios.

Movilidad, movilidad

Si Leonardo da Vinci, conocido genio renacentista viviera, seguramente estaría decepcionado. Aunque el sólo hecho de pensar que viviría en Colombia suena irrisorio, claro. Pero obviemos por un momento ese insignificante aspecto, digamos pues que el toscano se tomó una vacaciones en su ajetreada vida de genio y decidió pegarse la rodadita a ver el paisaje (natural también). Qué mejor manera de ver un país, pensaría, que mediante ferrocarril, hijo de la máquina de vapor que siglos antes habría plasmado en uno de sus ratos de vagancia.

Pero en Colombia no tenemos ferrocarriles. La mafia de los transportadores (alias muleros) lo quebró hace tiempo. En las ciudades de Colombia (salvo por Medellín) no tenemos metro, aunque hay que reconocer que el revolcado que se va pegar la capital con el propósito de conseguir uno va a ser monumental. En Colombia, a parte de no tener sistema ferroviario, tampoco tenemos carreteras (déjenme encontrar la palabra… sí) decentes. Hay excepciones, claro, la carretera de Bogotá a Sogamoso pronto será doble calzada (pronto y desde hace años), pero por ahí dicen, la excepción confirma la regla.

Centrémonos en Bogotá y dejemos a nuestro inventor de edad matusalénica a un lado. Para nadie es un secreto que el actual alcalde Samuel Moreno llegó a ese puesto en gran parte por la promesa de un metro para Bogotá. Sí, es algo que hace falta, sin lugar a dudas, y el alcalde es el primero que de verdad le da a este tema la importancia que se merece. Sin embargo, el alcalde falló en comunicarle a sus votantes algo evidente, pero que era necesario que todos supieran: no iba a ser fácil. Tal vez lo comunicó, pero no con el imparto suficiente. Lo importante era ganar, ¿no?

La cabeza me duele de solo imaginar los trancones por la construcción de las vías del metro; está claro que la paciencia de los conductores bogotanos será puesta a prueba durante los próximos años.

¿Para qué metro? Algunas personas pueden vivir pensando que un metro es una mala idea, incluso llegan a decir que se debe poner Transmilenio por toda Bogotá. Claro, pongamos buses gigantes por todas las avenidas de la ciudad, quitemos el poco espacio que de por sí tienen los particulares, mandemos las rutas de buses tradicionales por otras vías y esperemos que nunca se acabe el petróleo para nuestro rojizo amigo. Transmilenio está bien, creo, pero sólo a corto plazo. No podemos seguir usando como medio principal algo que depende del petróleo en primer lugar, y que además cada vez expulsa más gases efecto invernadero, digámosle humo. Así que sí, estoy de acuerdo con el metro para Bogotá, algunos sacrificios valen la pena.

Me tendré que acostumbrar a los trancones, eso sí. Pero afortunadamente mi medio de transporte para muchas cosas es la bicicleta. Es algo que le recomiendo a la gente desde acá y desde ahora. Es cierto que si quiero ir a un lugar demasiado lejos uso bus, pero para los desplazamientos relativamente cortos (dentro de teusaquillo y poco más) uso mi caballito de acero casi siempre. La bicicleta (cuyo temprano inventor también fue Da Vinci, a propósito) es un medio de transporte ideal: es el vehículo energéticamente más eficiente que existe, no tiene residuos de ningún tipo (no estoy contando el sudor y CO2 del pobre cristiano que va encima ni las partículas de llanta que quedan en la carretera, espero me disculpen), es suficientemente rápido para trayectos cortos y no tanto y por si fuera poco, ayuda a la salud del que lo usa. Y en Bogotá tenemos más de 300 kilómetros de ciclorutas (exclusivas para bicicletas, esas que van al lado de la calle, separadas) y los domingos y festivos más de 120 kilómetros de ciclovías por algunas de las principales avenidas.

Si todo el mundo usara la bicicleta para sus desplazamientos cortos y medios, la movilidad en Bogotá sería otro cuento. Pero claro, no le podemos pedir al señor edil que use bicicleta, ¡habrá se ha visto! Porque el carrito es un símbolo de estátus, señores. Por eso es que me ha tocado respirar en varias ocasiones las miradas por encima del hombro de los conductores de las camionetas polarizadas con placas azules de los políticos, de los camionetas polarizadas con placas amarillas, de las camionetas no polarizadas, de los sedanes y camperos, de las motocicletas.  Por regla general en Colombia (me atrevería a decir que en todo el mundo es así, pero hablo de lo que conozco, y sí que puedo decir que conozco mi país) se cree que el que va en carro tiene más plata que el que va en moto, que tiene más que el que va en cicla, que es el más arrastrado de todos porque el que va caminando es porque su trayecto es muy corto, cual no es el caso del ciclista, que usa lo que tiene porque las circunstancias le obligan a hacerlo y porque no tiene para el carro o la moto. No, no podemos pedirle a todo el mundo que use bicicletas, es impensable.

Suntuosidad, cultura traqueta. ¿Para qué le sirve al señor una camioneta gigante cuando no sale de la ciudad? Mi respuesta: para nada, salvo sacar pecho. Un carro de estos puede ocupar fácil dos veces lo que ocupa un Twingo o un Clio. ¡Para llevar a una o dos personas, carajo! No tiene sentido comprarse un carro de esas proporciones solamente para mostrarlo, hace estorbo en una ciudad que cada vez la tiene más negra en cuanto a movilidad.Cultura traqueta, eso es.

Y critican el pico y placa. Bueno, imaginen un día normal. Trancones, accidentes bobos que paran toda una avenida, y un largo etcétera. Feo, ¿cierto? Ahora, imaginen eso mismo pero con 66% más carros. Horrible. No, quiten eso del pico y placa, eso no va a arreglar la ciudad. No, no la va a arreglar, pero hay que hacer algo para contener tanto carro.

Otro lío son las busetas y los buses, los colectivos y toda la fauna que compone el transporte público, como arriba lo llamaba, tradicional. No hace falta ser un experto en urbanismo para darse cuenta que los grandes causantes de los embotellamientos son estos señores. No los conductores como tal, debo aclarar. Mientras el pasajero deba llevar el dinero en efectivo en el bolsillo para poder subirse a un bus, el problema persistirá, así de simple. Pero controlar a esa hueste de empresas de servicio público es una tarea titánica que a nadie le deseo.