¿Y usted qué haría?

Policía «controlando» la situación.

Antes de empezar, me gustaría poner al lector en sintonía. Ayer, a eso del medio día, el rector de la Universidad Nacional de Colombia, doctor Moisés Wasserman, fue detenido mientras se disponía a salir del campus en una camioneta blindada por un grupo de cerca de 300 estudiantes, quienes reclamaban la presencia del directivo en el auditorio central León de Greiff, con el fin de explicar a la comunidad universitaria con más detalle su posición (infiero yo, pues el problema del presupuesto es ampliamente conocido. Si me equivoco, favor corregir) frente al la problemática que tiene a las Universidades Públicas, y a la Nacional especialmente (debido al problema del pasivo pensional) al borde de la quiebra. Tras cerca de 4 horas en las que el rector estuvo detenido en el carro en el que se movilizaba, se llegó al fin a un acuerdo con los estudiantes en el que se resolvía que el día lunes se hará la dichosa reunión. El rector ya se encontraba fuera del claustro, cuando efectivos del escuadrón anti-disturbios de la policía (ESMAD) entraron por la fuerza al campus y detuvieron a 22 estudiantes que supuestamente estaban agrediendo al rector momentos antes.

Esta mañana me levanté con una sensación extraña, como cuando una nena que es tu amiga te gusta pero temes decírselo. Pero las razones sé que eran muy diferentes, aunque las desconozco a ciencia cierta.

Salí. Mientras caminaba vi el diario El Tiempo colgado en las vitrinas de las tiendas. La portada anunciaba con sendas letras rojas que «seis horas estuvo retenido, en este carro, el rector de la U. Nacional», sobre una foto del techo del carro blanco, pues el resto estaba tapado por las cabezas de los estudiantes. Página 1-4. En la página 1-4 lo de siempre, narración muy al estilo El Tiempo de lo hechos, y al final, 20 líneas del grosor de un sexto de página de periódico, dedicadas a explicar mediocremente «lo que dicen los estudiantes» que es la problemática de la universidad.

Estaba a punto de cerrar el periódico y devolvérselo al tendero cuando me percaté de una payasada en todo el sentido de la palabra, que aparecía como nota adjunta al mismo artículo. A continuación la transcribo, de todas maneras se puede encontrar en internet:

‘Cinco predicaban el Evangelio’
Doce estudiantes permanecían detenidos anoche en tanquetas de la estación de Policía de Teusaquillo, en la carrera 13 con calle 30, según informó el comandante de la Estación de Policía de Teusaquillo, coronel William Triana.
Los alumnos, de las facultades de Veterinaria, Bellas Artes y de Cine, se mantenían en las tanquetas donde se les pidió información como documentos de identidad y un formulario donde debían declarar si estaban en «estado de excitación», cuando ocurrió la retención del rector.
Según las versiones de algunos de los padres de los detenidos, cinco de ellos pertenecen a la iglesia bautista, que está en terrenos del Alma Mater, y estaban «predicando el evangelio».
María José Serrano, madre de una de las estudiantes detenidas, aseguró que ella no hacía parte del grupo que retuvo al rector de La Nacional.
Fernando Franco, padre de otro de los arrestados, dijo que su hijo se encontraba jugando voleibol cuando fue detenido.
El coronel Triana le dijo a EL TIEMPO que los estudiantes permanecerían en las tanquetas hasta nueva orden, es decir, hasta decidir si iban a ser llevados a la UPJ de la calle 13 con carrera 30 o eran puestos en libertad.

La cara de angustia se nota, y no les falta razón. Entraron y agarraron al que se les atravesaba.

Se nota el cinismo y las ganas de hacer quedar en ridículo a los familiares de estos estudiantes. ¿Y usted qué haría si prende el televisor y ve las noticias que hablan de secuestro en el campus, sabiendo que su hijo está allá? ¿Y usted qué haría si su hija se va a clase por la tarde y no vuelve esa noche, porque está retenida en una tanqueta de la ESMAD? ¿Y usted qué haría si su hijo tiene partido de Voleibol y de repente lo llaman diciendo que es un secuestrador? ¿Y usted qué haría si ve por los medios las noticias de los Falsos Positivos, y se entera que su hijo está en poder de las autoridades por una protesta de tinte izquierdista?

Lo más grave de todo es que los tuvieron que dejar libres por falta de pruebas. Por ahora, esperemos que los «autores» de este macabro hecho, como lo ha tildado el general Parra, no aparezcan en un potrero con la boca llena de moscas, trofeos de alguna Operación Soberanía. Asco, asco y vergüenza.

Sentimientos encontrados

La situación de las universidades públicas en este país es grave. Muy grave. El asfixiamiento del que tanto nos quejamos los estudiantes es una realidad, es algo que está pasando sin lugar a dudas y, como es de esperar, es algo que nos tiene sumamente preocupados. No somos los únicos. Profesores, trabajadores e incluso funcionarios administrativos concuerdan. Pero hay una sombra que en este país persigue a todo movimiento popular en contra de políticas gubernamentales, hecho que se ha incrementado notablemente desde el último gobierno. Yo lo he llamado «guerrillerismo», y es el asociar a estudiantes, indígenas, sindicatos, etc, con grupos sin duda terroristas como las FARC o el ELN. No hace falta salir a la calle a preguntarle a la gente qué piensa de la Nacional o de la Pedagógica, con sólo leer comentarios en las páginas de diarios como «El Tiempo» o «El Espectador» se hace notar una aversión casi incomprensible de la población en general hacia cualquiera que esté un poco disconforme con cualquier política del actual gobierno. Que son las páginas de los medios probablemente más viciados que ha visto este país, es cierto, pero son las páginas de los medios que se leen más. Casi incomprensible digo, porque es comprensible al menos un poco que las masas estén semi hipnotizadas por los medios masivos; es algo que siempre ha sucedido, en todo el mundo.

Eso es una cosa. Es grave, si, para preocuparse. Sin embargo los estudiantes debemos pensar antes de actuar. El día miércoles y el día jueves salimos a marchar. Era triste escuchar en las arengas cosas como «Uribe, paraco, el pueblo está berraco», «a ver, a ver, quién lleva la batuta, ¿los estudiantes o el gobierno hijueputa-puta-uta?» o «a las calles a tumbar este gobierno paramilitar». Me gustaría una marcha sin arengas. Una marcha como las que organizaba Gaitán. Una marcha en la que la actitud de los marchantes refleje por lo que en realidad marchan, y que no se salpique de las pasiones políticas. Esta tarde un grupo de estudiantes detuvieron al rector de la Nacional en el campus. Exigían que se reuniera con ellos en el auditorio León de Greiff, que asistiera a una de las famosas asambleas que por estos días se realizan. Y aunque yo no me encontraba en la Universidad en ese momento, no me cabe duda de que el grupo estaba conformado en su mayoría por estudiantes. Es una medida drástica, totalmente reprochable desde muchos puntos de vista. Pero es, en cierto modo, compresible. Refleja la desesperación de la comunidad. Sin embargo, fue inevitable que los medios hicieran comidilla del asunto, y la gente quedó convencida de que el Doctor Wasserman estuvo secuestrado por un grupo de estudiantes desadaptados, de esos que pululan en la Nacional.

Es que esa fue la única manera de hacernos escuchar, leía yo por ahí en algunos comentarios de algunas notas relacionadas. En parte tiene razón. De las marchas realizadas el miércoles y el jueves se oía en los medios sólo por el trancón que habían causado. De las razones nada. Y lastimosamente hoy si se oyeron las razones, pero sazonadas con un subliminal mensaje de «ciérrenles esa puta universidad a esos secuestradores». Ahora me pregunto, ¿es esa realmente la única manera de hacernos escuchar? ¿Dependemos tanto de los medios de comunicación? Probablemente sí, pero probablemente no, es mi respuesta. Podemos, sin duda, llegar a mucha más gente que actualmente sin la ayuda de algún canal o periódico. Y acá no es cuestión de proponer, es cuestión de hacer.

Respecto a la situación de la educación pública tengo sentimientos encontrados. Por un lado, es innegable que algo grave se está gestando, que amenaza nuestra supervivencia. Por otro lado, es muy probable que simplemente enviando comunicados firmados y creando grupos en Facebook no se logre hacer nada para contrarrestar los daños. Y bloquear edificios con pupitres, salir a protestar tirando papas explosivas, retener a rectores (no secuestrar, ojo), simplemente me parece aberrante. ¿Qué hacemos, muchachos, qué hacemos?

La feria del libro

Ayer fui a Corferias. Con unos amigos, nos encontramos antes para entrar a la feria del libro y, como suele suceder en estos casos, el tiempo nos fue insuficiente. La feria en si misma no fue una cosa demasiado diferente a las anteriores, excepto por el país invitado de honor: México. Estuve en el pabellón de México por un rato, viendo por aquí y por allá… asombrándome con los precios del tequila. Y con los precios de todo, en toda la mal llamada feria.

Mucha gente. Con más razón siendo sábado. Pero aún así, era demasiada gente. Es extraño, cuando las estadísticas dicen que en Bogotá (de hecho en toda Colombia) la población simplemente no lee. Aunque no hace falta hacer diligentes estudios y sacar relucientes estadísticas con tablas y gráficos para saber lo que se todo el mundo sabe y acepta sin tapujos. Que al colombiano no le gusta leer, ni escribir, ni estudiar, ni trabajar, ni hacer otra cosa que no sea dormir cagar comer tomar y culiar. Y sin embargo allá estaba, esa feria, llena de gente, con estans del canal RCN y Caracol rodeados de cinta amarilla, rodeada de cientos de personas. Con una estatua humana cada diez metros pidiendo dinero por hacer monerías y romper su congelada existencia. Con pintorescas familias capitalinas recorriendo con aburrimiento los puestos de venta de libros, sin verse totalmente atraídas por alguno en específico. Con parejitas de jóvenes cultos (y no tanto) embobados en las exposiciones de arte. Ahí estaba, nuestra feria internacional del libro de Bogotá, más bogotana incluso que el transmilenio.

Es cuando uno se da cuenta que los colombianos no somos todos cavernícolas, que hay cierto ambiente de cultura en la población, y que los jóvenes no vamos por tan mal camino después de todo. A lo mejor se arregla el país. Claro, esa es la cara linda de la moneda.

Antes de encontrarme con mis amigos me atracaron. Dos muchachos, ambos menores de edad, lo que creo por sus caras. Me quitaron el teléfono celular y el reproductor mp3. ¿El incentivo? Un puñal, presumiblemente, que uno de ellos escondía en su chaqueta, y alardeaba con usar si no le entregaba mis pertenencias. A plena luz del día. Y entonces me doy cuenta que no, que todo ese derroche de intelectualidad por parte de muchos de nuestros conciudadanos no es más que un grano de arena en la playa comparado con el estado en el que se encuentra nuestra sociedad. Que en realidad no hay nada que celebrar, y que vamos de mal en peor.

La feria del libro es cada año una oportunidad para volver a nuestras posibles raíces ilustradas, para tratar de ser algo más que pasión. Pero no es la única.

El vivo vive el bobo…

…y el bobo de papi y mami. Don Julián tiene una tienda, vende cacharros en San Andresito, de contrabando. Al otro lado de la calle, un gamín mira con desdén a la señora que se acerca al local de don Julián, preguntando con una aparente inocencia por una cámara fotográfica. Doña Gabriela ya ha recorrido la mitad de las tiendas de San Andresito en busca de la cámara, y piensa que los precios de esta última son realmente bajos, en comparación con el resto.
— Nooo, pero eso está muy caro, acá en esta misma cuadra lo puedo conseguir más barato.
— Madre, pero le voy a decir una de las cosas: usted puede decir que acá es mas cara, pero es porque muchos locales de por acá son lavaderos de verdes, ¿si me entiende?. ¿Si ha visto las noticias doña? Nosotros no matamos al país, pero por acá hay mucho mugriento que no le importa la patria.
— Hay, pero deme una rebajita, mire que yo me convierto en cliente…
— No se doña, es que queda muy difícil, porque a eso salen, no se le gana nada, ¿ve?
— Mire que se lo pago en efectivo, es que no me queda para devolverme, y como le subieron al bus…
— Pues en efectivo no se, déjeme hablo con en patrón y miro a ver si puedo hacer algo.
Don Julián sale de la tienda hacia la bodega, y se encierra en su oficina. Se sirve un tinto, y decide no perder esa cliente. De todas maneras la mercancía le había salido barata la última vez gracias a ese contacto en Panamá. Termina su café y sale agitado hacia el local, donde la señora aguarda paciente, entreteniéndose con los televisores plasma que habían llegado esa mañana.
— Doña, hablé con el jefe.
— ¿Y qué dijo?
— Que bueno.
— Ah, qué bien. Entonces me la empaca, ¿por favor?
— Sí señora.
— Mire, docientos cincuenta mil.
— ¿Perdón?
— ¿No habíamos quedado en eso?
— Docientos sesenta mil.
— ¿Y no me rebaja diez mil pesos más?
— No señora, ahí si no se puede.
— Bueno, pero entonces encímeme algo, no sea malo.
— Mi señora, como hago para explicarle que no puedo, el jefe me mata si se pierde algo, todo está inventariado.
— Bueno está bien.
Doña Gabriela sabe que no va a poder conseguir esa cámara a un mejor precio, y sabe también que el vendedor es consciente de eso. Tal vez no el vendedor, pero sí su jefe, el de la bodega.
— ¿Y esta cuánto vale?
— Esa es buena, se la tengo en ochocientos mil pesos.
— Uy, gracias. Mire.
— Listo mi doña, mire la tarjeta, para que vuelva.
— Sí, bueno. Gracias.
— A usted doña.
A doña Gabriela le había salido la cámara por mucho menos de lo que tenía planeado, y podía ahora gastarse el excedente en un reloj que había visto en un centro comercial y que le había encantado.
— Madre, una moneda por el amor de dios…
— No.