Sentimientos encontrados

La situación de las universidades públicas en este país es grave. Muy grave. El asfixiamiento del que tanto nos quejamos los estudiantes es una realidad, es algo que está pasando sin lugar a dudas y, como es de esperar, es algo que nos tiene sumamente preocupados. No somos los únicos. Profesores, trabajadores e incluso funcionarios administrativos concuerdan. Pero hay una sombra que en este país persigue a todo movimiento popular en contra de políticas gubernamentales, hecho que se ha incrementado notablemente desde el último gobierno. Yo lo he llamado «guerrillerismo», y es el asociar a estudiantes, indígenas, sindicatos, etc, con grupos sin duda terroristas como las FARC o el ELN. No hace falta salir a la calle a preguntarle a la gente qué piensa de la Nacional o de la Pedagógica, con sólo leer comentarios en las páginas de diarios como «El Tiempo» o «El Espectador» se hace notar una aversión casi incomprensible de la población en general hacia cualquiera que esté un poco disconforme con cualquier política del actual gobierno. Que son las páginas de los medios probablemente más viciados que ha visto este país, es cierto, pero son las páginas de los medios que se leen más. Casi incomprensible digo, porque es comprensible al menos un poco que las masas estén semi hipnotizadas por los medios masivos; es algo que siempre ha sucedido, en todo el mundo.

Eso es una cosa. Es grave, si, para preocuparse. Sin embargo los estudiantes debemos pensar antes de actuar. El día miércoles y el día jueves salimos a marchar. Era triste escuchar en las arengas cosas como «Uribe, paraco, el pueblo está berraco», «a ver, a ver, quién lleva la batuta, ¿los estudiantes o el gobierno hijueputa-puta-uta?» o «a las calles a tumbar este gobierno paramilitar». Me gustaría una marcha sin arengas. Una marcha como las que organizaba Gaitán. Una marcha en la que la actitud de los marchantes refleje por lo que en realidad marchan, y que no se salpique de las pasiones políticas. Esta tarde un grupo de estudiantes detuvieron al rector de la Nacional en el campus. Exigían que se reuniera con ellos en el auditorio León de Greiff, que asistiera a una de las famosas asambleas que por estos días se realizan. Y aunque yo no me encontraba en la Universidad en ese momento, no me cabe duda de que el grupo estaba conformado en su mayoría por estudiantes. Es una medida drástica, totalmente reprochable desde muchos puntos de vista. Pero es, en cierto modo, compresible. Refleja la desesperación de la comunidad. Sin embargo, fue inevitable que los medios hicieran comidilla del asunto, y la gente quedó convencida de que el Doctor Wasserman estuvo secuestrado por un grupo de estudiantes desadaptados, de esos que pululan en la Nacional.

Es que esa fue la única manera de hacernos escuchar, leía yo por ahí en algunos comentarios de algunas notas relacionadas. En parte tiene razón. De las marchas realizadas el miércoles y el jueves se oía en los medios sólo por el trancón que habían causado. De las razones nada. Y lastimosamente hoy si se oyeron las razones, pero sazonadas con un subliminal mensaje de «ciérrenles esa puta universidad a esos secuestradores». Ahora me pregunto, ¿es esa realmente la única manera de hacernos escuchar? ¿Dependemos tanto de los medios de comunicación? Probablemente sí, pero probablemente no, es mi respuesta. Podemos, sin duda, llegar a mucha más gente que actualmente sin la ayuda de algún canal o periódico. Y acá no es cuestión de proponer, es cuestión de hacer.

Respecto a la situación de la educación pública tengo sentimientos encontrados. Por un lado, es innegable que algo grave se está gestando, que amenaza nuestra supervivencia. Por otro lado, es muy probable que simplemente enviando comunicados firmados y creando grupos en Facebook no se logre hacer nada para contrarrestar los daños. Y bloquear edificios con pupitres, salir a protestar tirando papas explosivas, retener a rectores (no secuestrar, ojo), simplemente me parece aberrante. ¿Qué hacemos, muchachos, qué hacemos?