Perfecto, más estudiantes. Para Alfonso, el administrador del local, la noche simplemente no puede estar peor. Además de que el sitio está casi vacío, los pocos clientes que hay tienen cara de estudiantes como nunca. Los estudiantes son malos; piden una ronda y se demoran media hora, sólo miran a las muchachas y uno de cada diez hace el gasto. Los que acaban de entrar no son demasiado diferentes, salvo que estos vienen en evidente estado de embriaguez. Peor aún. Sin embargo apura a alguien para atenderlos, nunca pierde la esperanza y el grupo viene bien vestido, puede que incluso con las billeteras holgadas. Son tres, piden tres cervezas.
Ahora es el turno de Marly de pasar a la barra. Tiene ganas de vomitar, las copas de aguardiente que le dio el DJ le surtieron efecto antes de lo esperado. Un buen muchacho, trata de sacar adelante su carrera musical, pero Marly duda que empezar en un prostíbulo le de muy buena fama. Marly es, claro su nombre artístico; sólo unos pocos clientes especiales y el dueño del negocio saben que en realidad se llama Diana, que tiene dos hermosos hijos y que muy pronto va a salir de ese hueco para ponerse a estudiar un técnico en sistemas. De hecho sólo esos clientes especiales saben lo del técnico, mismos clientes que son especiales porque la visitan semanalmente sin falta desde hace más de tres años. Marly extraña ahora esos días, cuando aún era de las más deseadas de La Guitarra y podía en una noche hacer suficiente como para pagar quince días de arriendo. Ahora vive con el diario, no puede darse el lujo de ahorrar.
Se sube a la suerte de pasarela con una barra en el medio que hay en la mitad del salón y empieza a bailar la música que Nacho pone. Tres muchachos universitarios entran desde la estrecha escalera que sube al salón principal, don Gerardo les alcanza tres cervezas. El estado en que los ve le hace aumentar sus náuseas. Pero no puede permitirse perder el control así que aparta la mirada y decide acabar con el show rápido. Se quita el sostén. Don Alfonso le hace señas para que baje la velocidad; afortunadamente el aire frío en sus pechos le calma el mareo y obedece. Aquellos muchachos están borrachos, no van a aguantar demasiado.
Aunque el mundo le da vueltas a una velocidad mayor a la que normalmente lo hace, Jairo y sus dos amigos piden las tres cervezas, sabiendo que muy probablemente serán la únicas que pidan en todo lo que queda de noche, que no es mucho. Demora cerca de cinco minutos para dar el primer sorbo. César demora el doble, mientras que Mario toma inmediatamente el viejo las pone sobre la mesa. Es un viejo de unos sesenta años que siempre está atendiendo ahí, obediente a las órdenes del administrador. El local está vacío. Una rubia baila desnuda en la pasarela al ritmo de «75 Brazil Street» mientras un puñado de hombres, en su gran mayoría con aspecto de estudiantes, la mira desde abajo. Jairo y sus amigos están lejos de la pasarela, pero los tres tienen pensado bajar para ver un poco más de cerca. Sí que está vacío el local.
Casi al tiempo pero sin programarlo, los tres se levantan para bajar cerca de la prostituta que baila desnuda. Las sillas vacías sobran, de modo que se hacen a un buen puesto cerca de la barra donde Marly, como la anuncia el bastante mediocre DJ, cuelga en una posición que a César se le antoja imposible. Se acaba la canción y la mujer se baja de la tarima, se cambia y se pierde. Ahora uno de los grupos más numerosos, unos seis jóvenes que estaban en un rincón, se levanta y se dispone a salir. El local se va vaciando poco a poco y César cree que los próximos serán ellos. Sus pensamientos cambian por la mujer que el DJ anuncia.
Cristal se prepara para subir a la tarima. Reconoce al grupo de tres muchachos que están sentados al lado de la barra, pero debe admitir que nunca los había visto en tal estado. Uno de ellos parece a punto de vomitar, con la cabeza apoyada en las manos, apoyadas en las rodillas. Los otros dos parecen menos ebrios y la miran decididamente. Es evidente que también la han reconocido; ya tiene a quién dedicarle este show. La música empieza, Nacho está animado. Ahora Cristal también lo está, no sabe por qué pero la presencia de esos tres la reconforta. Tal vez es porque siempre que visitan La Guitarra alguno consume. Hace buena cara y se dispone a bailar, se toma su tiempo en quitarse el sostén, pero cuando lo hace, lo hace mirando al grupo que le devolvió el ánimo en la noche. Algo anda mal. Uno de ellos no le mira los senos, la mira a los ojos. Es una mirada perdida, con una sonrisa sosa dibujada en la cara, pero definitivamente es a los ojos y no a los senos. No sabe cuánto tiempo transcurre en ese encuentro pero le parece que es demasiado así que aparta la mirada y se dirige a un extremo de la pasarela. Antes de caminar, lo vuelve a mirar por el rabillo del ojo y él hace una mueca burlona. A Cristal le parece que ya tiene cliente asegurado.
Mario está satisfecho, siempre quiso mirar a una prostituta a los ojos mientras hace su trabajo, y que ella supiera que él la miraba. Va a acabar su cerveza así que mira a César para percatarse del nivel de la de él. Pero no alcanza a verlo porque éste le hace una seña, le da dos cervezas comenzadas, se pone de pie junto con Jairo y ambos salen del salón. Mario supone que en realidad sí tenían dinero y no pudieron aguantarse las ganas.
Cristal ve a dos de los muchachos salir en dirección a los baños, mientras que el que la miró sigue ahí.
A Mario le parece un tiempo muy corto para un polvo pero después de todo Jairo está en bastante mal estado y todo es posible. Ya va acabando una de las cervezas que César le dio al partir, pero la deja en el suelo junto con la otra. Se van.
Cristal los ve levantarse e irse. Menudos hijos de puta.