Movilidad, movilidad

Si Leonardo da Vinci, conocido genio renacentista viviera, seguramente estaría decepcionado. Aunque el sólo hecho de pensar que viviría en Colombia suena irrisorio, claro. Pero obviemos por un momento ese insignificante aspecto, digamos pues que el toscano se tomó una vacaciones en su ajetreada vida de genio y decidió pegarse la rodadita a ver el paisaje (natural también). Qué mejor manera de ver un país, pensaría, que mediante ferrocarril, hijo de la máquina de vapor que siglos antes habría plasmado en uno de sus ratos de vagancia.

Pero en Colombia no tenemos ferrocarriles. La mafia de los transportadores (alias muleros) lo quebró hace tiempo. En las ciudades de Colombia (salvo por Medellín) no tenemos metro, aunque hay que reconocer que el revolcado que se va pegar la capital con el propósito de conseguir uno va a ser monumental. En Colombia, a parte de no tener sistema ferroviario, tampoco tenemos carreteras (déjenme encontrar la palabra… sí) decentes. Hay excepciones, claro, la carretera de Bogotá a Sogamoso pronto será doble calzada (pronto y desde hace años), pero por ahí dicen, la excepción confirma la regla.

Centrémonos en Bogotá y dejemos a nuestro inventor de edad matusalénica a un lado. Para nadie es un secreto que el actual alcalde Samuel Moreno llegó a ese puesto en gran parte por la promesa de un metro para Bogotá. Sí, es algo que hace falta, sin lugar a dudas, y el alcalde es el primero que de verdad le da a este tema la importancia que se merece. Sin embargo, el alcalde falló en comunicarle a sus votantes algo evidente, pero que era necesario que todos supieran: no iba a ser fácil. Tal vez lo comunicó, pero no con el imparto suficiente. Lo importante era ganar, ¿no?

La cabeza me duele de solo imaginar los trancones por la construcción de las vías del metro; está claro que la paciencia de los conductores bogotanos será puesta a prueba durante los próximos años.

¿Para qué metro? Algunas personas pueden vivir pensando que un metro es una mala idea, incluso llegan a decir que se debe poner Transmilenio por toda Bogotá. Claro, pongamos buses gigantes por todas las avenidas de la ciudad, quitemos el poco espacio que de por sí tienen los particulares, mandemos las rutas de buses tradicionales por otras vías y esperemos que nunca se acabe el petróleo para nuestro rojizo amigo. Transmilenio está bien, creo, pero sólo a corto plazo. No podemos seguir usando como medio principal algo que depende del petróleo en primer lugar, y que además cada vez expulsa más gases efecto invernadero, digámosle humo. Así que sí, estoy de acuerdo con el metro para Bogotá, algunos sacrificios valen la pena.

Me tendré que acostumbrar a los trancones, eso sí. Pero afortunadamente mi medio de transporte para muchas cosas es la bicicleta. Es algo que le recomiendo a la gente desde acá y desde ahora. Es cierto que si quiero ir a un lugar demasiado lejos uso bus, pero para los desplazamientos relativamente cortos (dentro de teusaquillo y poco más) uso mi caballito de acero casi siempre. La bicicleta (cuyo temprano inventor también fue Da Vinci, a propósito) es un medio de transporte ideal: es el vehículo energéticamente más eficiente que existe, no tiene residuos de ningún tipo (no estoy contando el sudor y CO2 del pobre cristiano que va encima ni las partículas de llanta que quedan en la carretera, espero me disculpen), es suficientemente rápido para trayectos cortos y no tanto y por si fuera poco, ayuda a la salud del que lo usa. Y en Bogotá tenemos más de 300 kilómetros de ciclorutas (exclusivas para bicicletas, esas que van al lado de la calle, separadas) y los domingos y festivos más de 120 kilómetros de ciclovías por algunas de las principales avenidas.

Si todo el mundo usara la bicicleta para sus desplazamientos cortos y medios, la movilidad en Bogotá sería otro cuento. Pero claro, no le podemos pedir al señor edil que use bicicleta, ¡habrá se ha visto! Porque el carrito es un símbolo de estátus, señores. Por eso es que me ha tocado respirar en varias ocasiones las miradas por encima del hombro de los conductores de las camionetas polarizadas con placas azules de los políticos, de los camionetas polarizadas con placas amarillas, de las camionetas no polarizadas, de los sedanes y camperos, de las motocicletas.  Por regla general en Colombia (me atrevería a decir que en todo el mundo es así, pero hablo de lo que conozco, y sí que puedo decir que conozco mi país) se cree que el que va en carro tiene más plata que el que va en moto, que tiene más que el que va en cicla, que es el más arrastrado de todos porque el que va caminando es porque su trayecto es muy corto, cual no es el caso del ciclista, que usa lo que tiene porque las circunstancias le obligan a hacerlo y porque no tiene para el carro o la moto. No, no podemos pedirle a todo el mundo que use bicicletas, es impensable.

Suntuosidad, cultura traqueta. ¿Para qué le sirve al señor una camioneta gigante cuando no sale de la ciudad? Mi respuesta: para nada, salvo sacar pecho. Un carro de estos puede ocupar fácil dos veces lo que ocupa un Twingo o un Clio. ¡Para llevar a una o dos personas, carajo! No tiene sentido comprarse un carro de esas proporciones solamente para mostrarlo, hace estorbo en una ciudad que cada vez la tiene más negra en cuanto a movilidad.Cultura traqueta, eso es.

Y critican el pico y placa. Bueno, imaginen un día normal. Trancones, accidentes bobos que paran toda una avenida, y un largo etcétera. Feo, ¿cierto? Ahora, imaginen eso mismo pero con 66% más carros. Horrible. No, quiten eso del pico y placa, eso no va a arreglar la ciudad. No, no la va a arreglar, pero hay que hacer algo para contener tanto carro.

Otro lío son las busetas y los buses, los colectivos y toda la fauna que compone el transporte público, como arriba lo llamaba, tradicional. No hace falta ser un experto en urbanismo para darse cuenta que los grandes causantes de los embotellamientos son estos señores. No los conductores como tal, debo aclarar. Mientras el pasajero deba llevar el dinero en efectivo en el bolsillo para poder subirse a un bus, el problema persistirá, así de simple. Pero controlar a esa hueste de empresas de servicio público es una tarea titánica que a nadie le deseo.