Llegó la hora de la venta. Mi consciencia está en remate al mejor postor, empezando en $0. Ya he recibido algunas interesantes ofertas: tamales, lechona y whisky entran en la lista. Licuadoras, batidoras, hornos. Algunos son un poco más sensatos: mercados, dinero en efectivo. Pero todos, absolutamente todos, tratan de comprar mi voto. ¿Por qué? Pues, porque como he dicho antes, está en venta.
Eso no está mal; igual el país no va a mejorar con que suba uno u otro, y si puedo sacar provecho de la situación con una que otra comida gratis, camisetas para mi familia y electrodomésticos, mejor. Cómo soy de vivo. Es que Colombia está mal es por el conflicto armado, porque inteligencia y malicia indígena es lo que nos sobra.
Si hay una cosa que me gusta de Antanas Mockus, es que va un poco más allá de la facilidad de nombrar un culpable para todos los problemas del país (caso del actual gobierno: FARC) y convencer a la población de que la solución a los mismos está en acabar ese culpable. No, Mockus la tiene un poco más clara. Sabe que la mayor parte de los problemas del país son causa directa de la cultura del colombiano, empezando por la viveza de la que tristemente tanto nos sentimos orgullosos. Sabe que tenemos que dejar de idolatrar esa irrespeto por las leyes, lo que él llama acertadamente la cultura del atajo. Aunque dudo que gane, le daré mi voto.
Estoy cada día más convencido de que buena parte de la juventud de hoy, parte en la que me incluyo, va por buen camino. Y entre más me convenzo de eso, más me doy cuenta de que buena parte se antoja muy pequeña proporción. Esto lo digo a raíz de la cantidad de amigos, conocidos y familiares que le darán su voto al pedagógico candidato, y a que la edad promedio de estas personas no supera los 30 años. La juventud de la que hablo es la culta, la pensadora, la inteligente y respetuosa. La juventud que se sació de teatro las semanas pasadas en la capital. La juventud que tan buena cara le está dando a Medellín. Esa juventud es la que me gusta. Esa es la juventud que está harta ya de la polarizada política en el país y quiere y puede hacer algo al respecto. Pero esa juventud, aunque sorprendentemente numerosa, es poca en comparación con la otra juventud. La otra juventud que se mata idiotamente por un equipo de fútbol, que pinta graffitis obscenos en las paredes de los barrios, que rompe vidrios y se cuela en el TransMilenio sólo por hacerlo. Necesitamos ser más.
Los que no votan nunca tienen ahora una opción: el centro. Estoy cansado de discurso bélico de Santos y compañía, casi tanto como lo estoy de la cada vez más ridícula y triste decadencia del Polo. Se les dio su oportunidad y hoy por hoy, el Polo es Gaviria y Moreno, aunque me parece que éste último como que se quiere bajar de ese bus. Y a Noemí no la veo en otra cosa que no sea feminismo. Sin embargo no votaré por Mockus por descarte, aunque de esa impresión. Votaré por Mockus porque sinceramente creo que es la solución. Votaré por Mockus porque entiendo lo que dice en sus charlas (por muy rebuscado que pareza su léxico) y me suena, me suena mucho. Me gusta eso de la cultura ciudadana, de la legalidad como bandera, de la extirpación total y definitiva de la cultura traqueta de la sociedad colombiana y estoy firmemente convencido de que por ahí es la cosa.
Dos ex alcaldes de las dos ciudades más importantes del país, reconocidos por la calidad de su gestión, apreciados por sus ciudadanos. Ambos provenientes de la academia, ambos con trayectoria docente. Con una propuesta radical basada en la educación y el respeto por las leyes. Yo no soy blando, son un duro limpio, dice Mockus. Estos dos alcaldes son los que han capturado la atención de millones de jóvenes votantes que creemos en otra forma de hacer política. La noticia de la adherencia de Sergio Fajardo a la campaña de Antanas Mockus a la presidencia me causó una gran emoción. Qué bonito sería que llegaran Palacio. Pero aún más bello sería que sus políticas lograran vencer como lo hicieron en sus respectivas ciudades. Aún estamos a tiempo, como dirían en el sector educativo hace algunos años, Colombia está al filo de la oportunidad. No la desperdiciemos.