La feria del libro

Ayer fui a Corferias. Con unos amigos, nos encontramos antes para entrar a la feria del libro y, como suele suceder en estos casos, el tiempo nos fue insuficiente. La feria en si misma no fue una cosa demasiado diferente a las anteriores, excepto por el país invitado de honor: México. Estuve en el pabellón de México por un rato, viendo por aquí y por allá… asombrándome con los precios del tequila. Y con los precios de todo, en toda la mal llamada feria.

Mucha gente. Con más razón siendo sábado. Pero aún así, era demasiada gente. Es extraño, cuando las estadísticas dicen que en Bogotá (de hecho en toda Colombia) la población simplemente no lee. Aunque no hace falta hacer diligentes estudios y sacar relucientes estadísticas con tablas y gráficos para saber lo que se todo el mundo sabe y acepta sin tapujos. Que al colombiano no le gusta leer, ni escribir, ni estudiar, ni trabajar, ni hacer otra cosa que no sea dormir cagar comer tomar y culiar. Y sin embargo allá estaba, esa feria, llena de gente, con estans del canal RCN y Caracol rodeados de cinta amarilla, rodeada de cientos de personas. Con una estatua humana cada diez metros pidiendo dinero por hacer monerías y romper su congelada existencia. Con pintorescas familias capitalinas recorriendo con aburrimiento los puestos de venta de libros, sin verse totalmente atraídas por alguno en específico. Con parejitas de jóvenes cultos (y no tanto) embobados en las exposiciones de arte. Ahí estaba, nuestra feria internacional del libro de Bogotá, más bogotana incluso que el transmilenio.

Es cuando uno se da cuenta que los colombianos no somos todos cavernícolas, que hay cierto ambiente de cultura en la población, y que los jóvenes no vamos por tan mal camino después de todo. A lo mejor se arregla el país. Claro, esa es la cara linda de la moneda.

Antes de encontrarme con mis amigos me atracaron. Dos muchachos, ambos menores de edad, lo que creo por sus caras. Me quitaron el teléfono celular y el reproductor mp3. ¿El incentivo? Un puñal, presumiblemente, que uno de ellos escondía en su chaqueta, y alardeaba con usar si no le entregaba mis pertenencias. A plena luz del día. Y entonces me doy cuenta que no, que todo ese derroche de intelectualidad por parte de muchos de nuestros conciudadanos no es más que un grano de arena en la playa comparado con el estado en el que se encuentra nuestra sociedad. Que en realidad no hay nada que celebrar, y que vamos de mal en peor.

La feria del libro es cada año una oportunidad para volver a nuestras posibles raíces ilustradas, para tratar de ser algo más que pasión. Pero no es la única.